Hoy, el panorama geopolítico y de potencias con armamento nuclear no es mucho más tranquilizador que el vivido durante la Guerra Fría. Si bien la carrera armamentista ha desacelerado su paso considerablemente, en la actualidad se siguen tomando decisiones que no llevan a soluciones pacíficas y más bien nos sirven de recordatorio de la ideología megalómana de líderes gubernamentales y militares que no han podido dejar atrás el único acuerdo global del que son capaces, el de estar en desacuerdo.
Independiente a la eterna discusión acerca del bien contra el mal, de quién está en lo correcto y quién errado, la miríada de sistemas políticos, sociales y culturales en los que permanecemos siguen siendo origen y pretexto de los más diversos conflictos, pero, retomando palabras escritas en estas columnas y sabidas por todos, la ambición, el deseo de poder y la búsqueda de lo que se consideran riquezas son las verdaderas causas de la mayoría de los derramamientos de sangre a lo largo de nuestra historia.
Corea del Norte es un caso de estudio interesante desde muchas perspectivas. Aislados del exterior desde hace décadas y a pesar de recientes intentos para aminorar las tensiones con su contraparte sureña y otros países, el Estado socialista incurre en prácticas contradictorias al hacer pruebas de misiles de largo alcance con capacidad nuclear y en argumentar que colocará satélites armados en órbita.
En un perfecto ejemplo de 'no dejes que tu mano izquierda sepa lo que hace la derecha', las ambivalencias y contradicciones en la política internacional de esta nación son dignas representantes de la adolescencia política y social en la que se encuentra aún la humanidad, y si bien no son los únicos en mostrar estas dicotomías, sí destacan por el hecho de que la Corea del Norte de hoy no es muy distinta a la de 1980.
Con una población general bajo constante escrutinio, temor y control, este país es una bomba esperando estallar si no comienza a dar una apertura paulatina como la que se está gestando en Cuba. Tras décadas de ser gobernados con mano de hierro, un paso directo a las libertades de las cuales gozamos en otros países (y damos por sentadas) podría generar más daño que beneficios si tomamos en cuenta que en naciones más abiertas el autocontrol y la responsabilidad por parte de gobernantes y población en general fallan miserablemente, el deslumbramiento de los norcoreanos podría llevarles a una peligrosa espiral descendente antes de mejorar en cuanto a condiciones y relaciones consigo mismos y con el resto del planeta. Finalmente, la libertad conlleva responsabilidades que deben aprenderse con el paso de los años, transmitidas de generación en generación, en modelos de prueba y error en el ámbito familiar, social y legal.
La batalla más grande de Corea del Norte aún está por venir, y no creo (espero, más bien) que llegue a ser a ojivazos nucleares con otras naciones, sino, como la de todos los pueblos, interna, donde su identidad deberá reafirmarse, avanzar y madurar con una rapidez inusual si pretenden no ser arrastrados por la corriente del río del progreso.
Atrasos y aislacionismo no son la respuesta, globalización desmedida y pérdida de identidad tampoco. La búsqueda de balance y madurez social y humana continúa, tanto en la península asiática como en el resto de los continentes, plagados de líneas divisorias que no son más que obstáculos. La armonía aún se observa lejana en el horizonte.
rodävlas
lunes, 6 de abril de 2009
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