lunes, 30 de marzo de 2009

Cuatro décadas, otro fallo

Hace poco más del lapso que da nombre a esta columna se iniciaron en el mundo diversos movimientos políticos que agitaron ciudades tan diversas y equiparables como Moscú, México, Berlín y París, entre otras, estableciendo álgidos puntos en la historia humana en el ahora emblemático 68 y que continuaron hasta bien entrada la década de los 70 del siglo XX (si aceptas el calendario gregoriano, claro).

Como mexicanos, nos afecta y atañe en específico la masacre de estudiantes acaecida en la Plaza de las Tres Culturas, en Tlatelolco, donde, según recuentos denominados no oficiales, cerca de 400 personas murieron a causa de sicarios de guante blanco (la versión oficial es de sólo 40 occisos). Sus ramificaciones han marcado parte importante del ir y venir político, legal, cultural y social del mundo entero.

Nací siete años después de esos hechos, y no tuve conciencia de ellos sino hasta mucho más tarde; pero a lo largo de mi vida, conforme sabía más y se develaban sucesos, testimonios (incluyendo el de un pariente muy cercano, ahora finado), detalles y procesos legales, un sentimiento tristemente compartido por muchos se hacía más y más evidente, el de la impotencia ante la impunidad.

Hace unos días el gobierno y el sistema judicial mexicano nos han probado de nueva cuenta que el poder brinda inmunidad, y que a pesar del paso del tiempo y cambio de partido en el ejercicio del poder, Díaz Ordaz se ríe de nosotros en algún círculo del infierno y Echeverría ya puede ir a hacer sus compras de nueva cuenta a La Cómer, porque no se ha probado que hayan participado en los eventos de la citada masacre. Tras tres años de arresto domiciliario (inserte aquí su comentario lleno de ironía y humor negro calificando tan estricto arraigo), el expresidente ha sido exonerado del cargo de genocidio y ahora sólo le faltaría organizarse un desfilito en Reforma para saludar a la gente y hacer una imitación de Nixon frente a las cámaras, sólo cambiando el signo de amor y paz y la frase "I'm not a crook!" por un dedo medio levantado con el reverso de la palma hacia el frente y una hermosa línea como "¡En tu culo, justicia humana!"

Esta palmadita en la mano estilo pinochet al execrable exsecretario expresidente echeverría (sí, con minúsculas como ellos mismos) deja un sabor de boca que es difícil describir para este neófito tiralíneas. Mientras que mi poco conocimiento de los ires y venires políticos y legislativos de nuestro país me llevan a celebrar que se hayan al menos iniciado procesos legales contra genocidas comprobados, requiriendo agallas para generar las respectivas órdenes de aprensión y comprobando que aún queda gente comprometida con la verdad y la justicia humana (deseando que no hayan sido simplemente atolito con el dedo que tanto nos gusta a los que vivimos fuera de la Isla de la Fantasía), el desenlace de los mencionados juicios y la partida de este mundo o dimensión de los actores principales en lo que podría definirse técnicamente como inocencia de los hechos, me deja anhelando que, durante muchas noches que hayan seguido a los acontecimientos, estos brillantes y destacados protagonistas de pesadillas hechas realidad hayan sido atormentados virtualmente en sus sueños tras haber cenado el pesado plato del asesinato; que si existe la loada justicia divina (que creo que sí), la recompensa a tan detestables actos de tal magnitud sean llagas abiertas por una eternidad más un día, ya que dudo que el arrepentimiento verdadero pueda formar parte de sus momentos finales u obscuras vigilias de contemplación retrospectiva.

Tras la breve victoria que nos otorgó el 29 de noviembre de 2006 el Magistrado Ricardo Paredes Calderón del Segundo Tribunal Unitario de Primer Circuito de Procesos Penales Federales, decretando auto de formal prisión a luis echeverría álvarez (sí, otra vez con minúsculas, y se me va a hacer costumbre) por el delito de genocidio por las matanzas de estudiantes en 1968 y 1971, y a poco más de cuatro décadas de los hechos, hemos perdido el juicio.

rodävlas

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