Enciendo la radio para oír, como fondo, ruido blanco y amenizador, música que esté actualmente en la rotación de una estación que presente cosas nuevas y variadas, ya sea por calidad propia o por la respectiva payola. Tras presionar el botón de encendido, comerciales, como siempre; tomo mi lápiz y me acomodo para comenzar a bosquejar, las líneas, formas y sombras empiezan a fluir poco a poco sobre el papel, ajusto un poco el volumen y regreso al restirador.
El locutor entra tras un interminable corte publicitario y habla del nuevo proyecto de no sé quién, citándolo como una propuesta fresca y, tras elogiarla, da la indicación para que suene la nueva y bonita melodía… y lo que escucho son fierros y cristales al rojo vivo rechinando unos contra otros y siendo enterrados en los órganos reproductores de hienas en brama encarceladas, hacinadas y famélicas, la hermosa tonada, propiamente, habla de una chica que ha perdido a su perro malagradecido, y el canino ha olvidado su hueso. Pinche perro.
La escena musical en México y el mundo está plagada de bazofia. Sí, bazofia. Descrita hace dos años por un vocalista que admiro como 'música de kleenex', es precisamente eso, desechable y no merece más que el momento en el que se escucha para darse cuenta de que jamás se oirá de nuevo, y así está mejor.
¿Qué nos puede dejar una canción escrita en 20 minutos? ¿O menos? ¿Con la calidad de un huevo podrido? ¿Por qué se insiste en apoyar la basura, mientras grupos con propuestas interesantes se hunden en el olvido por falta de oportunidad o un contacto bien colocado en la industria o una amplia cuenta de banco?
Hace unos años, en un estudio más o menos creíble, pero comprobado empíricamente, se determinó que la canción pop promedio llegaba al coro en alrededor de 26 segundos. La propagación del fenómeno de la satisfacción inmediata es mundial, no sólo provocado por compañías como Televisa o TV Azteca, el hecho es que escasea la calidad y el compromiso de muchísimos grupos por hacer música que se quede en tu mente y oídos más de tres minutos.
Este sábado tuve oportunidad de ver en vivo, por tercera vez, a una de las bandas más grandes del mundo, Iron Maiden. Te guste su música o no, ¿quién puede hablar mal, en un sentido de calidad y compromiso, de una banda que ha permanecido vigente por tres décadas, en cuyos conciertos puedes ver desde cincuentones hasta niños de 15 años y los respectivos hijos pequeños de los cincuentones? Un grupo comprometido consigo mismo y su calidad se refleja en los seguidores que tiene, fieles y entregados, y creando nuevos a cada momento.
La música, como expresión artística, permite que existan desde las cosas que valen la pena hasta la peor de las basuras, claro. El problema reside en que dicha basura es más socorrida por empresas, oídos y grupos, porque te presentan una satisfacción inmediata apoyada por la conciencia media y la desesperación, estrés y ritmo de vida actual de la población mundial en general. Hay música para todos los gustos y estados de ánimo, y todos estamos en nuestra entera libertad de regalarnos, de vez en cuando, algún 'placer culposo', pero la mediocridad debería ser inaceptable, o por lo menos, rechazada de inmediato. Lo curioso es que sale algo tan malo y apestoso que se vuelve 'cool' y es apoyado inmediatamente, porque termina siendo tan malo que es bueno. Todos nos reímos con una canción tan nefasta que hasta da pena ajena, pero caemos en el hecho de que ese tipo de basura se vuelve generalidad, costumbre y gusto, lo cual, en mi opinión, va en detrimento de la música que realmente es buena, sea del género que sea, esa que te hace mover el pie o la cabeza, pero que a su vez te hace sentir un hormigueo en la nuca y se queda contigo por años o el resto de tu vida, esa que te cambia y te llena en los pocos o muchos minutos que dura formalmente, pero que, dentro de ti, perdura.
Mediocres, absténganse.
rodävlas
lunes, 2 de marzo de 2009
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