lunes, 23 de marzo de 2009

Dalits

El cuerpo descalzo de la encorvada y cabizbaja joven apenas roza el sari de la mujer que está pronta a cruzar la calle y, como premio a esta insolencia, la humilde chica recibe una patada, escarnios e insultos, la gente alrededor no se inmuta, voltean hacia ellos con un aire de normalidad, de costumbre, en la empolvada calle es escena común y corriente.
Perteneciente a los dalit, la joven está acostumbrada a este tipo de tratos, finalmente es una intocable, el escaño más bajo en el sistema de castas de la India.

Como los judíos a ojos de los nazis, como los hispanos y negros a ojos de caucásicos, como la basura blanca de cuello rojo a ojos de las altas clases acomodadas, como los indígenas a ojos de los citadinos civilizados, como los ateos a ojos de los religiosos, como los subculturizados a ojos de los estandarizados, como los discapacitados ante los completoantropomorfos, como los mal llamados chilangos a ojos de los provincianos, como los extranjeros a ojos de los nacionales, como los granjeros a ojos de los sindicatos, como los asiáticos, nerds, geeks, mexicanos, latinos, sudafricanos, blancos, franceses, italianos, plebeyos, gays, chachas, jardineros, taxistas, microbuseros, prietos, güeros, gringos, rockeros, heterosexuales, argentinos, taqueros, tatuados y ancianos, todos, absolutamente todos podemos ser blanco o ejercer algún tipo de discriminación.
Los motivos de la misma pueden ser tan variados y arbitrarios como los cereales, pero el origen siempre es el mismo, intolerancia, ignorancia y miedo.

Estamos acostumbrados desde pequeños a desenvolvernos en círculos incluyentes y excluyentes que crean denominaciones fuera del contexto general de raza humana. Estos grupos forman caldos de cultivo que dan pie a los más diversos tipos de separación, aislamiento y socialización, generando características que se consideran, tanto por pertenecientes como ajenos, definitorias de una persona.
Bajo ese esquema, soy un latino, mexicano, artista, rockero, hispano, geek, nerd, clasemediero, pelón, narizón, dibujante, macho, heterosexual, monero, poeta, bohemio, chilango, citadino, capitalino, buga, inmaduro, soltero, artistoide, rebelde, pobre, escritor, pervertido, post-católico, librepensante, no titulado, diseñador amateur, novio, rico, ecologista, hijo, prodigio, sobrino, mediocre, tío, purista y melancólico. Y por si fuera poco, me huelen las patas.
Todas las definiciones anteriores sólo forman una faceta de lo que es mi conjunto, mayor a la suma de mis partes (incluidas las inmencionables), y todas y cada una de ellas, contemplada desde el punto de vista opuesto, es deleznable, obscena y rechazable, o, desde una perspectiva afín, perfectamente acertada y defendible.

Tendemos a juzgar y condenar por las particularidades que vemos (o creemos ver) en los demás. Categorizamos y creamos taxinomia y mathesis con valores completamente subjetivos y que deberían no ser tomados en cuenta para calcular el valor de una persona, dejando a un lado el hecho de quién rayos nos autorizó para hacer dicha valuación, la cual siempre será particular y jamás podrá formar parte de una generalidad justa o válida, porque ninguna lo es más que la básica, la de ser.
Ni siquiera nuestra condición de humano inteligente nos coloca por encima de las amibas, percebes, casuarios, champiñones, secuoyas, cuervos y helechos. La Declaración Universal de los Derechos Humanos pronto debería verse incluida en la Declaración Universal de los Seres Vivos y esta, a su vez, deberá incluirse en la Declaración Universal de los Derechos de la Tierra, del Sistema Solar, de la Vía Láctea y la Declaración Universal de los Derechos del Universo.

En la Isla de la Fantasía, el valor de una persona es determinado por sus acciones y respeto hacia las diferencias y similitudes de los otros, por su honestidad, no por el lugar y situación económica dentro de la que nació, por si usa sombrero o lentes, por quiénes son sus padres ni por lo que decidió no estudiar.

Ahora confieso, he discriminado. Una estrellita en la frente para los que lo aceptemos y comencemos a intentar no hacerlo. Dejemos de ser dalit.

rodävlas

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