Seguir matando a los criminales es una clara prueba de que no hemos avanzado como sociedad tanto como nos gustaría jactarnos, y proponer la pena de muerte en un país donde no se aplica indica un claro intento de regresar a la barbarie y a los códigos penales de hace 4,000 años. La Ley del Talión y el Código de Hammurabi no nos sirven dentro del marco de un proyecto de sociedad que deseemos construir. Somos víctimas del delito, la violencia y la inseguridad día a día, y nos hemos vuelto rehenes de las fuerzas nefastas y obscuras de seres y organizaciones que no conocen ni desean otro medio de vida que no sea el del terror. El delincuente merece castigo por sus acciones, eso está claro y es indebatible, pero, ¿cuál es el castigo adecuado para los atroces crímenes en la actualidad?
La discusión sobre la pena de muerte se ha reabierto gracias a las propuestas que han surgido recientemente y que responden a meras estrategias y oportunismos proselitistas, en vez de a un interés sincero y honesto por reducir los altísimos niveles de violencia y crimen, iniciativa cuyos impulsores quieren enmascarar con la rabia e impotencia que siente 'el pueblo' o 'la gente' (benditas encuestas) ante la inseguridad y la impunidad con la que operan los delincuentes. Y es esta misma impunidad la que debe ser un factor determinante en la discusión, tanto como vale la pena retomarla.
En un país donde el sistema de justicia encarcela al pobre y al pendejo (sabias palabras de mi padre), ofrece servicios de lujo a los huéspedes destacados de los penales y genera más delincuentes de los que realmente entran a los centros de readaptación, formalmente debería darnos pánico colectivo la posible aprobación de la pena capital en nuestro país. ¿Cuántos inocentes morirían a manos del estado? ¿Qué tan efectivo será el amedrentamiento al secuestrador, violador y demás modelo a seguir, si para ellos una vida sólo tiene valor de intercambio económico y a una tasa bajísima y retaliativamente podría generar una atroz escalada en su modus operandi? ¿Queremos dar ese poder a corruptos políticos y gente de poder para deshacerse más fácilmente de sus 'obstáculos'? ¿No quedamos como hipócritas ante La Haya, los organismos internacionales y echamos por tierra la Declaración Universal de los Derechos Humanos?
Todos estamos de acuerdo en que se castigue a la persona que no sabe ni quiere funcionar dentro de una sociedad apegándose a la ley. Todos estamos a favor de penas más duras contra delincuentes comprobados, pero la misma sociedad y los medios de procuración de justicia forman parte del problema en cuestión. ¿Qué pasa con la persona que no puede funcionar dentro de la sociedad? ¿Aquél que se ve forzado por la falta de oportunidades a delinquir?
Si viviéramos en la isla de la fantasía sabríamos que todos tenemos el poder de elegir y que aquel que rompe la ley no lo hace por no tener otra opción, sino voluntariamente, pero, de vuelta a la realidad, ¿qué tan cierto es esto?
De acuerdo, aquél que se roba una hogaza de pan no es condenado a muerte, sólo los delitos mayores serían merecedores de la pena capital, y su misma naturaleza hace que las frases dichas por los perpetradores como "soy inocente" o "la falta de oportunidades me obligó a hacerlo" suenen completamente falsas; ¿un violador se ve forzado por sus deseos más bajos a ultrajar a una niña de catorce años? ¿Qué hay de los secuestradores? ¿Qué los orilla a traumar a familias enteras con sus acciones? ¿Y los asesinos? ¿Todos oyen voces que los orillaron a apagar la vida de otra persona?
Cada caso tiene circunstancias, autores, víctimas, atenuantes y detalles particulares que hacen imposible una generalización del delito que otorgue como premio al delincuente la obligación de retirarse del mundo de los vivos con boleto sencillo pagado por el estado.
Independientemente de las causas, motivos y móviles para cometer un crimen, la discusión debe centrarse en el sistema judicial, tanto el mexicano como el del resto del mundo, y sus incontables fallas actuales, en la prevención de los delitos y en la evolución de nuestra sociedad hacia un organismo donde, utópicamente quizás, lleguemos a un punto donde el crimen (y su castigo) se lea en libros de historia y ficción.
rodävlas
lunes, 5 de enero de 2009
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